El poder de la imagen es tal,
que reconocemos como conocidos a desconocidos.
Seguí andando e hice caso omiso al intento de un giro, de repente escuché una voz masculina gritando un nombre de mujer.
Anteriormente hubo un cruce de miradas, ambos nos quedamos dubitativos. En esa fugacidad que apenas tienes tiempo de observar se está más cerca de la intuición que de la certeza, ese instante se convierte en la captura de un gesto.
Tanto el gesto, como la visión borrosa se unen para crear una percepción, rápidamente la mente enfoca y hace una búsqueda:
-¿Quién es él? Y te llegan los recuerdos.
-¿En qué momento le conocí? Aparecen las palabras clave adjudicadas a esa persona, por
oficio, por amistades, por trabajo…
-¿Dónde? ¿Qué compartimos?
¿Quién en su agenda no clasifica a las personas no sólo por su nombre y apellidos (si es que aparecen)? Ahora que nuestras redes sociales se expanden, atribuimos #hashtags que nos facilitan llegar rápidamente a esa percepción de la persona, sin tener que preguntarnos quién es él.
De repente nos vimos envueltos; estábamos tres personas en un chaflán, donde el ir y venir del flujo de la ciudad era palpable. La sensación es que ellos hubiesen seguido perdiendo los autobuses de su línea y yo no encontrando mi nueva maleta viajera. Fue un primer encuentro, en este caso fortuito, simpático y jovial. Intercambiamos información, debatimos, nombramos con apellidos incluidos y quedamos para colaboraciones estivales y quedadas presenciales otoñales.
Y mientras esto sucedía, iba revelándose en la retina cada una de esas partes del rostro que previamente había introducido mediante pixeles.
Y digo primer encuentro, porque así fue. El poder de la imagen es tal, que reconocemos como conocidos a desconocidos. ¿En qué momento un desconocido deja de serlo? ¿Qué está sucediendo con las redes sociales? Unas simples conversaciones, unos pequeños debates, unas sugerencias y unas admiraciones son quizás suficientes a la mente para asociar las palabras a la imagen, y así crear un supuesto conocido desde una virtualidad.
Ahora mismo tendría que ir al historial para ver cómo empezó todo. Exactamente, ¿cuál fue la inquietud inicial para ponerse en contacto? El nexo de unión está claro, una pasión en común.
Puedes estar durante una larga etapa añadiendo expresiones, actitudes a las imágenes inmóviles que nos llegan desde la pantalla, o en su día a través de las fotografías. El hecho de cartearse era el de esperar saber, el ir descubriendo, con la connotación del tiempo, de ahí que ante la urgencia temporal se inventase el telegrama, menos veloz que nuestros antiguos sms o nuestros mensajes por WhatsApp. Ni los vídeos mismos realizados desde las diferentes aplicaciones, ni si quiera el streaming en mi opinión, nos pueden trasladar a esa sensación que uno tiene cuando lo real se hace presencial.
Pero solo cuando ocurre en realidad ese cruce de miradas in situ, las expresiones corporales, fonéticas, cuando hueles el ambiente compartido, cuando se observan los pequeños matices, es por lo tanto cuando realizas un retrato más cercano a esa realidad de la certeza que de la intuición. Se va desvaneciendo la imagen preconcebida (si es que la hubo) y revelándose la imagen en bruto, la auténtica captura. A partir de entonces, de ese primer encuentro, puede suceder de todo, pero ya los pasos en la virtualidad pierden su esencia, ese desconocido conocido deja de serlo (por pequeño que sea el momento compartido).
Ahora que nuestra distancia es en kilómetros, me encuentro escribiendo en una pequeña pantalla, navegando por el Mediterráneo, uniendo montículos de tierra; esperando que la recepción del texto se realice con la asignación de la autoría más cercana a una imagen en movimiento que a una estática. Y si de esa certeza tuviese que desear algo, sería que en vuestra percepción de mí vaya unida el #fotografía.
Laura Hdez Peñalver
@fandelafoto