Cuando mostramos nuestras fotos en las redes sociales lo hacemos en buena medida porque nos interesa conocer la opinión de los demás. Una opinión que con frecuencia no suele coincidir con la nuestra: nos gustan algunas fotos que tienden a recibir poca aprobación, mientras que en algunas ocasiones a los demás les encantan nuestros rescatados descartes. Nada de extrañar, ya que ni todos tenemos los mismos gustos ni miramos o valoramos de igual manera las imágenes.
Existen algunas tendencias normativas o generalizadas a la hora de percibir las fotos, como las relativas a la percepción de las formas que la Psicología de la Gestalt puso de manifiesto. Estos principios determinan que muchas imágenes resulten más atractivas y equilibradas que otras. Estos principios suelen estar determinados en parte por la historia de la evolución de nuestra especie.
También las condiciones socioculturales influyen sobre nuestra lectura de las imágenes, como la tendencia a analizarlas partiendo del ángulo superior izquierdo, que es precisamente por donde comenzamos a escribir y leer textos. O la relación existente entre el color y las emociones.
Pero, más allá de esas leyes generales, existen importantes diferencias individuales en cómo cada uno de nosotros lee e interpreta las imágenes fotográficas. Y aunque algunas de estas diferencias tienen que ver con nuestra mayor o menor formación en fotografía o artes plásticas, otras hunden sus raíces en lo más profundo de nuestra personalidad. No es casual que los psicólogos hayamos usado las imágenes (por ejemplo, el test de las manchas de tinta de Rorschach, o el TAT) para tratar de analizar la personalidad y los conflictos internos de las personas.
Fotografía Mª Carmen Estellers
Así, las características de la personalidad y los estilos cognitivos de los fotógrafos hacen que mientras que unos prestan atención a la imagen de forma global otros se fijan en pequeños detalles que a los primeros pueden pasarle desapercibidos. Podría decirse que los primeros tienen una mayor capacidad para pensar de forma abstracta, analizar las relaciones entre los elementos que conforman la imagen y encontrarle significado, mientras que los segundos presentan más vigilancia o atención al detalle trivial, lo que puede indicar en grados extremos un pensamiento algo obsesivo.
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Algo parecido podría decirse con respecto a las preferencias por el color versus la forma, pues si algunos sujetos perciben en primer lugar las tonalidades de una foto otros se fijan más en la estructura formal. Así, estableciendo un cierto paralelismo con la interpretación de las respuestas al test de Rorschach, podría aventurarse que quienes prefieren el color pueden mostrar una mayor emotividad, frente a quienes optan por el blanco y negro o por las imágenes con muchos elementos geométricos, que manifiestan un enfoque más racional e incluso un excesivo control emocional.
La textura también tiene sus connotaciones psicológicas y hay quienes afirman que la preferencia por las texturas y por las sensaciones táctiles que suscitan se relacionan con una búsqueda de afecto y ternura relacionada con nuestras experiencias infantiles con las figuras parentales, o a la historia emocional en nuestras relaciones de pareja. Es decir, que esta tendencia a acentuar las texturas en las fotos propias o a buscarlas en las ajenas reflejaría nuestra propia vida sentimental.
¿Y la simetría? Pues la preferencia por la simetría, como la que crean los reflejos en agua, cristal u otras superficies, bien podría indicar un sentimiento introspectivo, una tendencia a reflexionar y analizar los pensamientos y sentimientos propios.
Evidentemente hay que aclarar que no somos totalmente conscientes de estas preferencias, y que cuando contemplamos una imagen o una escena que decidimos fotografiar se suscitan automáticamente en nosotros unas emociones que hacen que puedan resultarnos más o menos atractivas. Esta emociones son el resultado tanto de factores innatos como de experiencias previas, incluida nuestra formación visual, que determinan nuestra forma de mirar. En la medida en que vayamos siendo más conscientes de estas preferencias, es posible que seamos cada vez más capaces de transmitir nuestras emociones a los demás.
Texto de Alfredo Oliva Delgado. Profesor titular de Universidad en el departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla. Aficionado a la fotografía desde la adolescencia ha publicado reportajes fotográficos en Tiempos Modernos: Revista de Fotografía Digital, Street Photography in the World o Inspired Eye Photography. Ha impartido conferencias sobre la relación entre Fotografía y Psicología en Sevilla, San Sebastián, Vilanova i la Geltrú, Villareal, Málaga, Ciudad Real Rincón de la Victoria y Puerto Real. En la actualidad dirige el Seminario sobre Fotografía y Psicología en la Universidad de Sevilla.