Diane Arbus y el miedo

La perversidad se encuentra en los ojos del observador.
Nan Goldin

Si tu peor miedo tuviera forma humana ¿cómo seria?

Trabajar el miedo mediante fotografías es un trabajo rico en creatividad. Fotografiar aquello que  te inquieta o proyectar sobre otras imágenes tiene una gran potencia a la hora de movilizar emociones.

Diane Arbus retrataba a personas de la calle, pero no las personas bellas o a la moda, sino a personas diferentes, que generaban curiosidad e intriga, personas extrañas. Sentía curiosidad por personas anómalas y marginadas. Solo ella se atrevía a captar su mirada, su expresión, su luz y sombra.

El padre y la madre de Diane trabajaban en una importante y rentable tienda de moda,  Russek’s.  Su padre, David Nemerov vicepresidente de la empresa, era quien decoraba los escaparates y adelantaba tendencias de abrigos de invierno.  Diane nació en 1923, fue la segunda de tres hijos en un rico entorno neoyorkino. Con un padre que pasaba el día trabajando y una madre deprimida,  fue educada por niñeras y colegios ricos.

Posiblemente este ambiente familiar, falto de afecto, influyó en el rápido enamoramiento y abandono del hogar, casándose con Allan Arbus a los 18 años.

Ambos fundaron el estudio fotográfico Diane & Allan Arbus, trabajando para Russek’s, Glamour o Harper’s Bazaar. Sus trabajos eran colaboraciones entre ambos y presumían de sus virtudes, eran un equipo.

A Diane le gustaba la fotografía documental, paseaba en solitario por antros nocturnos y así inició sus primeros proyectos personales.

Tras la separación de su marido, Diane decidió dedicarse completamente a su pasión. Estudió fotografía con los mejores de la época: Berenice Abbott, Robert Frank, Louis Faurer, Brassaï, Weegee y sobretodo Lisette Model quien le dijo “nunca fotografíes algo que no te apasiona”.

Diane y Lisette fueron amigas, tenían muchas cosas en común: Lisette miraba la miseria, la pobreza y la vejez de una manera humanista y Diane fotografiaba la extrañeza, lo anormal. Estaba fascinada por los gemelos, las parejas raras, los ciegos, los albinos, los deformes, las caras grotescas… Lisette fue su gran mentora, la instó a fotografiar aquello que le pudiera doler, y a desarrollar una técnica impecable.

A Diane le atraía lo anormal, las pesadillas, la supervivencia, aquello que la sociedad se negaba a ver. La forma en la que Diane miraba y fotografiaba la diferenciaron de todos los fotógrafos que trabajaban con el mismo tema.

No tenia reglas morales o artísticas, no le gustaban las máscaras sociales, intentaba que sus retratados se despojaran de ella, quería mostrarlos tal y como eran. Esto le produjo la incomprensión de su trabajo por parte de la sociedad.

Era metódica, preparaba sus proyectos en forma de series. Hacer la foto conllevaba un proceso, una aventura previa; se acercaba al otro con interés y pasión, charlaba durante horas, quería compartir momentos y ganarse la confianza. No se burlaba, se implicaba y escuchaba secretos.

Arbus utilizó aquel precepto gestáltico de que a todos nos gusta ser mirados, y en ese sentido la cámara es un medio perfecto para favorecer el espíritu exhibicionista. Ella lo aprovecho para fotografiar a todo aquel que le interesaba, después de mirarlo con todos los sentidos.  Personas con las que casi nadie hablaba se sentían atendidas y le mostraban su mejor pose.

Diane Arbus es ejemplo claro de que el arte va envuelto de la historia personal, la familia, los asuntos no resueltos, los estilos parentales y la propia percepción vital. La clave de las fotos de Diane está en su niñez. De pequeña le prohibían mirar a lo anormal. Con sus fotografías conoció y se enfrentó a sus miedos, a los terrores nocturnos provocados por niñeras para que estuviese quieta, al silencio y la ausencia.

Existen diversas opiniones sobre el acercamiento y la ética de Diane Arbus, pero, desde mi punto de vista, Diane trabajaba sus terrores.  Para ella el proceso fotográfico era una aventura, un viaje personal para poner a prueba su valor, exorcizar a sus monstruos, recuperar la sensación infantil de soledad con el objetivo de iluminar al monstruo y que deje de asustar.

En 1971, cuando Diane tenía 48 años, en la etapa más exitosa de su vida, se suicidó.
Muchas son las preguntas que quedan.

Diane Arbus fue la primera fotógrafa incluida en la Bienal de Venecia, hoy es referente, e influencia. Su impacto rebasa generaciones y repercute en la obra de otros creadores como Cindy Sherman, Nan Goldin, Robert Mapplethorpe o Gillian Wearing.
 
Mirar una fotografía de Diane Arbus es mirar con los ojos de la empatía, dejar pasar el instante de horror y fealdad, y ver más allá: lo humano de la persona retratada, reconocerse en la fotógrafa.  Permite la profunda reflexión sobre lo que es normal, la privacidad, la belleza o el amor.

Mi querida, me pregunto si antes del fin
pensaste en aquel juego de niños
al que seguramente jugaste, en el que
corres por encima del estrecho muro de un jardín
imaginando que es la cima de una montaña
con insondables precipicios a ambos lados
y cuando sentiste que perdías el equilibrio
saltaste, porque temías caer, y pensaste
sólo por un instante: Es ahora cuando muero.

Eso fue hace una vida. Ahora ya no estás,
te negaste a seguir jugando el juego de los adultos
en el que, manteniendo el equilibrio en la cima que corona la oscuridad
se sigue corriendo sin mirar abajo
y nunca se salta por temor a caer.

Howard Nemerow
hermano de Diane Arbus

Sigue investigando a esta apasionante fotógrafa. Nos gustaria escuchar tu opinión sobre la fotografía y los miedos, también todos aquellos comentarios que te sugiera este post, puedes escribir en comentarios.