La fotografía documental constituye una herramienta poderosa para la representación social, pero también plantea dilemas éticos vinculados a la mirada, la vulnerabilidad y la construcción de narrativas sobre el otro. Desde una perspectiva psicológica, este artículo explora los procesos cognitivos, emocionales y relacionales implicados en el acto de fotografiar y observar, con el objetivo de promover prácticas más respetuosas, conscientes y colaborativas en el ámbito visual contemporáneo.
La proliferación de imágenes en la sociedad contemporánea ha intensificado la relevancia del análisis psicológico del acto de mirar.
Hay exposiciones fotográficas que me conmueven y otras que me incomodan profundamente. El World Press Photo siempre ha estado entre estas últimas. No porque dude del valor del fotoperiodismo, sino porque algunas imágenes me despiertan un conflicto íntimo, casi corporal: un nudo en el estómago, una inquietud que permanece incluso horas después de abandonar la sala.
Este tipo de trabajos revelan el impacto emocional y cognitivo que algunas imágenes documentales pueden generar, provocando respuestas que van desde la empatía hasta la incomodidad moral.
Lejos de cuestionar el valor del fotoperiodismo, este texto propone revisar críticamente cómo construimos significado cuando observamos —o producimos— imágenes de realidades ajenas.
La representación del otro: un proceso psicológico y ético
Este sentimiento de incomodidad me ocurre especialmente cuando veo imágenes que narran vidas que no pertenecen a quien dispara la cámara. Fotografías tomadas en países lejanos por personas todavía más lejanas; historias íntimas contadas desde fuera, sin formar parte de ellas. Ahí nace en mí una sensación difícil de explicar: la impresión de estar entrando en una realidad que no me corresponde, de contemplar algo frágil desde una distancia que nunca termina de ser inocente.
Desde mi formación, no puedo evitar observar la fotografía documental como un espacio de relaciones: relaciones de poder, de representación, de interpretación y, sobre todo, de responsabilidad.
La psicología social y cultural ha descrito ampliamente los procesos mediante los cuales interpretamos al otro desde nuestras categorías cognitivas y afectivas. La fotografía documental, al fijar un instante y convertirlo en relato visual, puede acentuar estos mecanismos.
Los procesos implicados son:
Inferencia y estereotipación: la imagen facilita atajos cognitivos que reducen la complejidad de la experiencia humana.
Distancia ética: el espectador se relaciona con el sufrimiento desde una posición de no implicación directa, lo que puede disminuir la responsabilidad percibida.
Asimetría relacional: el fotógrafo tiene agencia; la persona retratada, no siempre.
Estas dinámicas sitúan al fotógrafo en una posición de poder simbólico que conviene revisar. La cámara, lejos de ser un instrumento neutro, construye sentido. Y en ese acto de construcción y de mirada, entre fascinación e incomodidad, aparecen preguntas éticas que no podemos eludir.
¿hasta qué punto puede la cámara contar una historia sin apropiársela, sin colonizarla, reconstruirla o adaptarla, sin convertirla en algo que ya no es de quien la vive, sino de quien la mira?
Cuando una historia ajena es narrada por alguien que no pertenece a ese contexto, se activa un fenómeno que la psicología social ha estudiado ampliamente: la representación del otro desde un marco externo, donde las categorías, los significados y las emociones son interpretados desde quien observa, no desde quien vive la experiencia.

Imagen creada con Google Gemini con el siguiente prompt: Acabamos de publicar una entrada en el blog, esta: https://andanafoto.com/fotografia-documental-y-la-responsabilidad-de-mirar/ Hazme una foto que la represente por favor.
Hay ciertas imágenes que duelen sin querer —o queriendo. Quizá por eso me inquieta tanto la estética de la burla o del dolor, tan presente en algún documentalismo. Imágenes que buscan impacto rápido, que congelan a una persona en su momento más vulnerable, que muestran la herida.
Esa estética —a veces inconsciente— transforma la realidad en espectáculo.
Y, sin darnos cuenta, convierte a alguien en objeto en lugar de reconocerlo como sujeto.
La imagen no solo describe: condensa, selecciona, subraya y, en ocasiones, simplifica.
La persona fotografiada queda fijada en un único gesto, en un único instante, que puede convertirse —sin pretenderlo— en su identidad pública. Lo que para el fotógrafo es un relato visual, para la persona retratada puede ser una forma de reducción o estereotipación.
La psicología sabe que el ser humano es especialmente vulnerable a estas simplificaciones. El cerebro interpreta desde atajos cognitivos: ve un rostro, una herida o un gesto de dolor, y construye una narrativa instantánea. Por eso la imagen tiene tanto poder… y tanta responsabilidad.
Y sí, claro que es necesario visibilizar las realidades, las injusticias sociales, las guerras, las ciudades y las transformaciones personales… pero la pregunta inevitable es: ¿desde dónde?
¿Se puede fotografiar sin invadir?
Fotografiar implica interpretar, elegir, encuadrar… pero también implica posicionarse.
Y ahí nace la tensión ética:
¿Qué derecho tiene alguien a contar una historia que no es la suya?
¿Se acompaña la historia o se aprovecha el tema?
¿Se mira o se toma?
Me pregunto cómo solucionar esta incomodidad en este siglo XXI y no colaborar a la anestesia social desde un punto de vista ético.
¿Qué preguntas pueden acompañar a quien observa a través de la cámara?
Puede que formularlas antes de crear la imagen puede darnos un rumbo más ético.
- ¿Se fotografía para entender o para impactar? La intención siempre aparece en la imagen. ¿Qué se busca realmente: comprender o impactar? No vale pensar que ambas cosas.
- ¿Para acompañar o para exhibir?
¿Estamos junto a la persona o la estamos utilizando como símbolo de algo? - ¿Para que la persona o el tema sea visto o para que quien fotografía sea reconocido a través de ella?
Quizá sea la pregunta más incómoda…
y la más necesaria.
Hay alternativas, caminos más respetuosos: Las metodologías participativas desarrolladas en psicología comunitaria, educación y antropología ofrecen modelos más equitativos de producción de imágenes.
Entre ellos destacan:
- Fotografía participativa (Photovoice): permite que las comunidades representen sus propias narrativas.
- Procesos de coautoría: el fotógrafo actúa como facilitador, no como intérprete principal.
- Construcción dialógica del relato: las decisiones se consensúan, reduciendo la asimetría.
Estos enfoques redistribuyen el poder de la mirada y fomentan una ética basada en la agencia, la dignidad y el reconocimiento del otro como sujeto activo.
Para mí la fotografía documental del siglo XXI debería ser educativa y dar la cámara a quien puede contar la historia desde dentro.
El documentalismo del siglo XXI puede convertirse en un espacio educativo y transformador si deja de centrarse únicamente en mirar al otro y comienza a preguntarse cómo mirar con el otro.
Cuando la fotografía se sitúa en este marco, deja de ser un instrumento de extracción y se convierte en una herramienta para el encuentro, la agencia y la dignidad.
Y quizá, en el fondo, eso es lo que muchas personas buscamos:
mirar sin herir, documentar sin apropiarse, contar sin borrar al otro.
Estas ideas nacen de una experiencia personal, pero también de una preocupación profesional: cómo construimos la mirada en una sociedad saturada de imágenes y qué efectos psicológicos, sociales y éticos tiene esa construcción.
No escribo para señalar culpables ni para invalidar una disciplina imprescindible. El desafío contemporáneo consiste en mirar sin herir, narrar sin apropiarse y documentar sin borrar la voz del otro. Solo mediante la duda, el análisis crítico y el diálogo podremos promover prácticas fotográficas que favorezcan la justicia narrativa y la sensibilidad humana.
Si este texto te ha removido algo, quizá ahí comience ya la parte más importante de esta reflexión, será un placer saberlo.
Las fotografías
Para acompañar esta entrada, hemos querido incluir imágenes generadas con Inteligencia Artificial a partir únicamente del contenido que acabas de leer. Además de la que ya has visto, estas son las otras dos que ha creado ChatGPT.
El resultado puede ser inquietante: se trata de fotografías que no son reales, aunque lo parezcan. La diferencia es esencial, pero no siempre evidente. Estas dos imágenes sintéticas transmiten el mismo dolor, la misma estética y la misma narrativa emocional… pero no provienen de ningún hecho real ni representan a ninguna persona existente.


Referencias
Barthes, R. (1981). Camera lucida: Reflections on photography. Hill & Wang.
Freire, P. (2005). Pedagogy of the oppressed (30th anniversary ed.). Continuum.
Harper, D. (2002). Talking about pictures: A case for photo elicitation. Visual Studies, 17(1), 13–26. https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/14725860220137345
Sontag, S. (2003). Regarding the pain of others. Farrar, Straus and Giroux.
Wang, C., & Burris, M. A. (1997). Photovoice: Concept, methodology, and use for participatory needs assessment. Health Education & Behavior, 24(3), 369–387. https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/9158980/
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Amparo Muñoz Morellà. (diciembre 10, 2025). "Fotografía documental y la responsabilidad de mirar". ANDANAfoto.com. | https://andanafoto.com/fotografia-documental-y-la-responsabilidad-de-mirar/.

